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jueves, marzo 23, 2006

Lección de Amor.

Trabajo desde hace mucho como profesor de secundaria. En la escuela la mayoría de los alumnos son varones, pero dudo que eso tenga relación con lo que voy a contar.
Tengo 30 años y, hasta que sucedió lo que voy a contar, no había tenido practicamente experiencias sexuales de ningún tipo.
Mis clases no son muy rígidas pero me gusta mantener el orden. Ese día mientras explicaba un tema difícil que requería concentración, noté cómo Alan, uno de mis alumnos, se frotaba sus genitales constantemente. Intenté ignorarlo pero no podía quitarle los ojos de encima. Alan es alto, rubio clarísimo y muy lindo chico. Vestía jogging y remera que le marcaba sus músculos. Pero ese día mi atención no podía apartarse de su entrepierna. Harto ya de perder la concentración y temiendo que mi turbación fuera descubierta por los otros, le llamé la atención:
- Alan, quiero ver tu carpeta -fue lo primero que se me ocurrió.
Tomó la carpeta y se incorporó. Su miembro erecto era inocultable a través del pantalón de jogging. Pero faltaba lo peor. El compañero del banco de atrás sin que nadie lo viera, enganchó el pantalón y tiró hacia abajo con fuerza dejando al pobre Alan con el slip a punto de reventar al descubierto. Mi concentración en el tema de la clase se fue del todo, lo vergonzoso de la situación me dejó inmóvil, rogaba que mis jeans ocultaran mi prominente e inexplicable erección y que el resto de estas sabandijas no me descubrieran. El salón era un festival de risas, aplausos y comentarios, por suerte mi hora terminaba y todos saldríamos hacia el recreo.
Me dirigí al baño de profesores raudamente. Entré como una exhalación y cerré la puerta con llave. Abrí la bragueta, me bajé los jeans. El calzoncillo estaba impregnado de líquido preseminal. La imagen de Alan y su prominencia me daba vueltas en la cabeza y mi pene volvía a excitarse. Ahí perdí la cabeza, me tomé el pene con fuerza y comencé a jalarlo como en mis tiempos de adolescente. Por suerte el ruido del patio tapaba mis mal ahogados gemidos. Perdí la noción del tiempo hasta que acabé sobre los azulejos. Limpié todo y salí del baño, por suerte ningún colega esperaba fuera.
Fui a otro curso y casi logré olvidar el tema. Cuando la jornada terminó me dirijo a mi auto, generalmente soy casi el último que abandona la escuela, pero esta vez el casi iba a cumplirse. Otra persona tampoco había abandonado el establecimiento todavía y aunque no lo crean, era Alan.
- ¿Todavía acá? -interrogué.
- Me quedé sin boletos secundarios y en casa no pueden venir a buscarme. -me contestó.
- ¿Y qué vas a hacer?
- Esperar a mi hermano, que a las ocho sale del negocio.
- Pero faltan dos horas -le digo- ¿Y él no sabe que todavía estás acá? ¿Y si no pasa y se va derecho a tu casa? ¡Tus padres se van a preocupar!
- En mí casa no hay nadie. Mis padres están afuera hasta la semana que viene, igual siempre llego a las nueve, porque de acá me voy al club a practicar.
- El club me queda de paso -dije sin saber lo que me esperaba- te llevo.
Subimos al auto. Mientras conducía le miraba bien, era muy lindo en ese cuerpo de adolescente deportista. No podía quitar de mi mente los sucesos del aula. Otra vez sentía una erección. Pero no podía dejar que la locura me ganara otra vez, lo iba a dejar en el club y darle dinero para el colectivo. Pero cuando llegamos al club estaba cerrado por desinfección. Le dije que llamara a su hermano y que yo lo iba a llevar hasta allí. Fue al teléfono público y pude contemplarlo completo. Cada vez me atraía más, y ya no podía ocultar mi erección. Cuando entró al auto me di cuenta que mi perdición empezaba:
- Mi hermano tiene apagado el celular y no tengo cómo avisarle que no tengo las llaves de casa...
- Bueno -dije- vamos a mi casa que mañana te traigo al colegio.
Mientras iba para casa, todo tipo de fantasías se me cruzaban en la cabeza, y en todas estaba Alan. Comencé a hablarle para tratar de distraerme, y él me trae de nuevo a la situación del aula.
- Quiero pedirle disculpas- me dijo.
- No te preocupes, son cosas de chicos -lo calmé.
Me colocó su mano en la pierna derecha y me miró:
- Usted me gusta...
Casi choco el auto. Me aparté de la calle y frené:
- ¿Qué estás diciendo? -me arrebaté.
- Que usted me gusta, con su cabello castaño, su cuerpo fornido y esos ojos azules...
- Estás confundido -le dije.
- No profe... además, noté que estaba excitado.
Se abalanzó sobre mí, pasó su brazo izquierdo detrás de mi cuello y comenzó a besarme. Su pierna derecha se rozaba con mi pene erecto.
- ¿Qué haces? ¿Estás loco? -le grité.
Volvió a su asiento y no volvió a hablarme. Pero yo ya no sabía qué hacer. Retomé la marcha y nos dirigimos a casa. Cuando entramos le indiqué la comida en la heladera y le dije que yo no cenaría y me iba a leer a mi cuarto. En mi cama no conseguía leer mientras que el calzoncillo estaba completamente empapado de líquido preseminal. Me levanté, tomé un nuevo calzoncillo del armario y me dirigí al baño a lavarme. Entré olvidando que no estaba solo en casa y me encuentro a Alan completamente desnudo, sentado en el inodoro, masturbándose. Quedé enfrentado a él, mi miembro erecto dentro del calzoncillo empapado le quedó próximo a su boca. No podía moverme, me tomó el calzoncillo, lo bajó y se metió mi pene en la boca, me retiró el líquido preseminal y comenzó a mamarlo. Comencé a gemir y mis dos brazos le tomaron la rubia cabeza por detrás y comenzaron a guiarlo.
- Alan, Alan. ¡Mi muchachito! -gemí.
Su inexperiencia me excitaba aún más. Mis manos comenzaron a recorrer toda su espalda, acariciándolo. Sus manos me acariciaban el culo. Cuando creí que iba a acabar le pregunté:
- ¿Te la metieron ya?.
- Nunca. -me dijo.
Lo incorporé y lo puse en cuatro patas. Me arrodillé detrás suyo y le pasé por los bordes del ano mi pija que tenía su propia saliva. Luego comecé a pasarle mi lengua y de a poco trataba de hundírsela.
- ¡Métemela, por favor! -dijo.
Lo penetré y gritó. Pero luego sus manos tomaron mis muslos y comenzó a manejarme. Gemía y suplicaba.
- Así, así...
Le tomé de las muñecas mientras lo penetraba, él se contraía y me provocaba más placer. Su cuerpo adolescente era pura fuerza y acabé dentro de él. Me retiré, y mientras, algunos hilos de leche le colgaban del ano. A pesar de mi inexperiencia en este tipo de relaciones, sabía que me tocaba a mí satisfacerlo ahora. Se incorporó y al darse vuelta me ofreció a la boca su tremendo pedazo, culpable de todos mis desvelos. Agarré con mis manos sus muslos y comencé a engullirme ese pedazo de joven carne, mi lengua jugueteaba también con sus blancos testículos recubiertos por el rubio vello. Sus manos apartaron mi cabeza para indicarme que quería penetrarme. Sin perder tiempo me dí vuelta y le ofrecí mi culo pensando no necesitar más preparación. Me penetró con fuerza en el ano virgen y sentí una quemazón que me recorría la espina. Grité, pero la sensación posterior fue maravillosa. Sentir a mi adorado muchachito dentro mío. Me embestía con la fuerza de sus rebeldes y hermosos 14 años. A veces mis brazos le retenían para que no se apresurara y prolongáramos el placer. Acabó dentro mío como un volcán. Se echó en mi espalda y jadeaba con fuerza.
Luego nos bañamos mientras nos besábamos y acariciábamos. Le conté de mi primera paja homosexual por su causa, se rió mucho y me contó que había intentado el sexo con chicas muchas veces pero sin resultado. Me dijo que recién le había enseñado su mejor lección: la lección de amor.
Nos acostamos en mi cama completamente desnudos e hicimos el amor varias veces más durante el resto de la noche. A la mañana siguiente, mientras mi hermoso muchacho todavía dormía, empecé a juntar nuestras ropas que estaban en toda la casa. Por suerte las ropas de él no estaban mojadas ni sucias para poder ir a la escuela. Al levantar su pantalón jogging, algo cayó al suelo, al levantarlo veo que son sus boletos secundarios. Evidentemente, todavía mis sorpresas no habían terminado...

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